Es incomprensible,
pero ha pasado a ser algo habitual: hace años que se desvalija a la
colectividad y se arruina la democracia, tal y como denuncia Ingo Schulze. El
escritor alemán comparte sus ideas para recuperar el sentido común. Extractos.
Süddeutsche
Zeitung 27 GENER 2012
Hace algo así como tres años que no escribo
ningún artículo, por el simple motivo de que ya no sabía qué escribir. Todo
salta a la vista: la abolición de la democracia, la creciente polarización
económica y social entre pobres y ricos, la ruina del Estado social, la
privatización y, de paso, la comercialización de todos los ámbitos de la vida,
y así sucesivamente.
Cuando, día tras día, vemos el sinsentido como
algo natural, es normal que, tarde o temprano, acabemos sintiéndonos enfermos y
marginados. A continuación, resumo algunas consideraciones que me parecen
importantes:
1. Hablar de ataque a la
democracia es un eufemismo. Una situación en la que se permite con toda
legalidad que la minoría de una minoría perjudique gravemente al interés
general en nombre del enriquecimiento personal es posdemocrática. La culpable
no es otra que la misma colectividad, incapaz de elegir a representantes aptos
para defender sus intereses.
2. Todos los días se
insiste en que los Gobiernos deben "recuperar la confianza de los
mercados". Por "mercados", entendemos principalmente las bolsas
y los mercados financieros, es decir, esos actores de las finanzas que
especulan por cuenta ajena o por su propio interés, con el fin de sacar el
máximo partido. Son los mismos que han usurpado a la colectividad cantidades
asombrosas. ¿Y los representantes supremos del pueblo deberían luchar por
volver a recuperar su confianza?
3. Nos indignamos, y con
razón, ante el concepto de Vladimir Putin de una democracia
"dirigida". Pero ¿por qué no se instó a Angela Merkel a que dimitiera
cuando hablaba de "democracia conforme a los mercados"?
4. Aprovechando el
hundimiento del bloque del Este, ciertas ideologías se transformaron en
hegemonías y su influencia fue tal que parecía algo natural. La privatización,
considerada un fenómeno positivo en todos los sentidos, es un ejemplo de ello.
Todo lo que permanecía en manos de la colectividad se consideraba ineficaz y contrario
a los intereses del cliente. De este modo, vimos cómo surgía un clima que,
tarde o temprano, acabaría privando a la colectividad de su poder.
5. Otra ideología que ha
conocido un éxito rotundo: el crecimiento. "Sin crecimiento, no hay
nada", declaró un día la canciller, hace ya unos años [en 2004]. No
podemos hablar de la crisis del euro sin citar estas dos ideologías.
6. El idioma que
utilizan los responsables políticos que supuestamente nos representan está
totalmente desfasado con respecto a la realidad (ya viví una situación similar
en la RDA). Es el idioma de las certezas, que ya no se contrasta con la vida
real. Hoy la política no es otra cosa que un vehículo, un fuelle cuya razón de
ser es atizar el crecimiento. El ciudadano se ve reducido a su función de
consumidor. Ahora bien, el crecimiento no significa nada en sí mismo. El ideal
de la sociedad sería un play-boy que consume el máximo de cosas en el mínimo de
tiempo. Una guerra desencadenaría un despegue del crecimiento.
7. Las preguntas sencillas,
como "¿Para qué sirve esto?", "¿A quién beneficia?" hoy no
se consideran convenientes. ¿No estamos todos en el mismo barco? El que dude es
un apóstol de la lucha de clases. La polarización social y económica de la
sociedad es fruto de una serie de encantamientos según los cuales todos tenemos
los mismos intereses. Basta con darse una vuelta por Berlín. En los mejores
barrios, por lo general, los pocos edificios que no se han renovado son los
colegios, las guarderías, los asilos, las piscinas o los hospitales. En los
barrios considerados "problemáticos", los edificios públicos no
renovados no se notan tanto. El nivel de pobreza se determina por los huecos en
la dentadura de las personas con las que uno se cruza. Hoy, escuchamos a menudo
el discurso demagógico que afirma que todos hemos vivido por encima de nuestras
posibilidades, que nos hemos dejado llevar por la codicia.
8. Nuestros
representantes electos han empujado y siguen empujando sistemáticamente a la
colectividad contra la pared al privarla de sus ingresos. El Gobierno de
Schröder redujo el tipo impositivo máximo alemán del 53 al 42% y el impuesto de
sociedades casi se redujo a la mitad entre 1997 y 2009 para fijarse en el 29,4
%. Por lo tanto, nadie debería sorprenderse al escuchar que las cajas están
vacías, aunque el producto interior bruto aumente año tras año.
9. Les voy a contar una
historia: lo que antiguamente nos vendieron como una profunda divergencia entre
la Alemania del Este y del Oeste hoy se nos presenta como una disparidad radical
entre los países. El pasado mes de marzo, estaba presentando en Oporto,
Portugal, la traducción de uno de mis libros. En un instante, una pregunta
procedente del público cambió radicalmente el ambiente, hasta entonces cordial
e interesante. De repente, sólo éramos alemanes y portugueses, sentados cara a
cara, en actitud hostil. La pregunta era desagradable: ¿no teníamos nosotros la
impresión, es decir, no tenía yo, el alemán, la impresión de hacer con el euro
lo que no logramos hacer antiguamente con nuestros tanques? En el público,
nadie replicó ante la pregunta. Y yo reaccioné instintivamente, como era de
esperar, es decir, como alemán: molesto. Respondí que nadie estaba obligado a
comprar un Mercedes y que los portugueses debían estar contentos de obtener
créditos a intereses más competitivos que en el sector privado. Al pronunciar
estas palabras, oía la voz de los medios de comunicación alemanes que evocan
los excesos cometidos por los países denominados PIGS y me rechinaron los
dientes.
Durante el bullicio que desencadenó mi
declaración, al final entré en razón. Y como tenía el micrófono en la mano,
balbuceé en mi imperfecto inglés que había reaccionado de forma tan estúpida
como ellos y que todos habíamos caído en el mismo error al tomar partido de forma
instintiva por nuestros colores nacionales, como en el fútbol. Como si el
problema estuviera en los alemanes y los portugueses y no en las disparidades
entre pobres y ricos, y por lo tanto en aquellos que, tanto en Portugal como en
Alemania, se encuentran en el origen de esta situación y sacan partido de ella.
10. Estaríamos en
democracia si la política, mediante los impuestos, el derecho y los controles,
interviniera en la estructura económica existente y obligara a los actores de
los mercados a seguir una cierta vía compatible con los intereses de la
colectividad. Las preguntas que hay que plantearse son sencillas: ¿Para qué
sirve esto? ¿A quién beneficia? ¿Es positivo para la colectividad? Lo que al
fin y al cabo acaba planteando la siguiente pregunta: ¿Qué sociedad queremos?
Para mí esto sería la democracia.
Y aquí me detengo. Podría hablar de otras
cosas, de este profesor que confesaba reconciliarse con la visión del mundo que
tenía con 15 años, de un estudio de la Escuela Politécnica Federal de Zúrich,
cuyo objeto es la interrelación de las empresas hasta llegar a la cifra de 147:
147 grupos que se reparten el mundo y de los cuales, los 50 más poderosos son
bancos y aseguradoras. Les diría también que conviene reconciliarse con el
sentido común y encontrar a personas que compartan el mismo punto de vista que
ustedes, porque una persona sola no puede hablar un idioma. Y les diría que he
vuelto a tener ganas de abrir la boca y no callarme
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