El País, 04.01.2013
Un fantasma recorre Europa:
Alemania va bien porque hizo las reformas estructurales necesarias a tiempo y
ahora toca a los países en crisis hacer lo mismo. Así vende Angela Merkel la Agenda
2010 de los años 2003-05, llenando de orgullo a su antecesor socialdemócrata
Gerhard Schröder, que se siente ahora como auténtico artífice del milagro
del empleo alemán.El presente artículo pretende desmitificar este discurso
tan imponente en dos pasos. Primero aclaramos los verdaderos efectos de las
reformas para después analizar las auténticas fortalezas de la economía
alemana.
Durante dos décadas, Alemania
figuraba en la opinión pública como el paciente enfermo de Europa, con altos
gastos sociales y costes laborales, un mercado laboral muy rígido y estructuras
corporativistas con una amplia participación de los agentes sociales en la
gestión pública. Frente a esta situación alarmante el gobierno de Schröder
aprobó a finales de 2002 la famosa Agenda 2010, también conocida como reformas
Hartz en alusión al presidente de la comisión de expertos Peter Hartz,
amigo de Schröder y jefe de personal de la multinacional Volkswagen, condenado
en 2007 a dos años de cárcel por varios delitos de corrupción y sobornos al
comité de empresa en forma de viajes de lujo a Brasil con prostíbulo incluido a
cargo de la empresa.
Las cuatro leyes Hartz
consistieron en la creación de Agencias de Servicios Personales en las Oficinas
de Empleo (Hartz I); el fomento del autoempleo y los mini-empleos' con
sueldos inferiores a 400€ al mes carentes de contribuciones sociales (Hartz
II). Las oficinas de empleo se convirtieron en job-centers para sus clientes
(parados) (Hartz III). Por último, el sistema de prestaciones por desempleo sufrió
una importante reestructuración, reduciéndose los beneficios contributivos y
fusionándose el sistema de subsidios para desempleados de larga duración con
otras ayudas sociales no contributivas para personas sin ingresos (Hartz IV).
¿Cuáles han sido los resultados
de la Agenda 2010? El efecto más inmediato y profundo ha sido la dualización
del mercado de trabajo con un amplio sector de mini-empleos y empleos
subcontratados (más de siete millones de personas) con grandes dificultades de
inserción en el mercado laboral regular. Cada vez más personas quedan atrapadas
entre empleos por 1€/hora, mini-salarios subvencionados y la vuelta al paro,
mientras en el otro mercado laboral la carencia de profesionales cualificados
atrae a los nuevos inmigrantes bien preparados y se ha convertido en un serio
problema para una economía que gozaba antes del mejor sistema de formación
profesional del mundo. Se calcula un porcentaje mayor del 20% de los
asalariados alemanes pertenecientes a la categoría de trabajadores pobres, un
altísimo valor en el marco europeo y una brecha salarial y social desconocida
en la Alemania de la post-guerra. Más desigualdad y más pobreza en medio de una
economía boyante es el efecto principal de las famosas reformas.
Otros
efectos han sido una gestión cara y caótica en los nuevos job-centers
con personal no preparado y desbordado por las nuevas demandas; una inseguridad
jurídica que ha generado miles de demandas judiciales, más de 50 decretos
correctores de errores y dos sentencias del Tribunal Constitucional en contra
de artículos de las leyes reformistas. Gran parte de las medidas introducidas
han sido abandonadas por defectos jurídicos o por disfuncionalidades prácticas.
Así, las famosas reformas estructurales del Gobierno alemán han tenido efectos
socioeconómicos, administrativos y jurídicos nefastos y representan la mayor
chapuza jamás aprobada por un parlamento de la República Federal de Alemania.
¿De dónde viene entonces la
relativa buena marcha actual de Alemania? Realmente, la economía alemana
contradice las certidumbres más firmemente establecidas de la ciencia
económica: no es una economía de servicios, sino industrial. El sector servicios
se articula alrededor de un fuerte núcleo industrial; no es, tampoco, una
economía de nuevas tecnologías, sino de sectores de intensidad tecnológica
media; no es una economía con un mercado liberalizado, antes bien, este se
encuentra densamente regulado; además, se trata de una economía con altos
costes salariales e impuestos relativamente altos, con sindicatos influyentes y
mucha intervención pública.
Alemania tampoco deslocalizó las
partes más intensivas de mano de obra a países de bajo coste, sino que ha
mantenido sectores industriales integrales en su territorio. El fundamento de
la fortaleza económica alemana sigue descansando sobre sectores industriales tradicionales'
como el de la construcción de vehículos y de maquinaria, la química, la
electrotécnica, la tecnología médica, los aparatos ópticos y la protección del
medioambiente; todos ellos articulados alrededor de una amplia variedad de
grandes y medianas empresas fuertemente orientadas al liderazgo en el mercado
global. Esta fortaleza resiste incluso a las malas políticas económicas de los
gobiernos y ha permitido a las empresas alemanas reorientar sus estrategias de
exportación hacia los mercados emergentes, con China a la cabeza.
La
fortaleza alemana tiene su fundamento último en unas relaciones laborales
cooperativas y en la participación activa de los sindicatos en la gestión de
las empresas. Fueron, de hecho, los sindicatos los que convencieron a las
empresas a renunciar a la flexibilidad externa o ajuste vía despidos y
negociaron una amplia gama de medidas de flexibilidad interna con cálculos
anuales de horas de trabajo, sistemas variables de jornada laboral y la exitosa
solución del Kurzarbeit. El trabajo corto facilita a las empresas la
puesta en práctica de reducciones temporales del tiempo de trabajo para capear
los temporales sin deshacerse de su capital humano, mientras las oficinas de
empleo subvencionan programas de formación continua y reciclaje profesional,
además del 60% del salario de las horas no trabajadas. La negociación colectiva
de estas medidas ha sido responsable de salvar alrededor de tres millones de
puestos de trabajo desde 2008 y ha sido esta mano de obra retenida por las empresas
la que ha permitido la recuperación acelerada de la economía alemana.
Simplificando, un empresario
alemán aprovecha los momentos de coyuntura económica expansiva para invertir en
nuevos equipamientos y tecnologías, que le permiten mejorar la productividad de
su empresa y la competitividad de sus productos, y pacta con los sindicatos
medidas de reducción de jornada y de formación continua en tiempos de crisis,
que le permiten retener mano de obra cualificada. Mientras, un empresario
español contrata en épocas boyantes mano de obra barata a través de contratos
temporales, lo que no le permite mejorar ni en productividad ni en
competitividad, y después opta por el despido masivo y se aprovecha de la
crisis para exprimir a los empleados restantes. Por eso, la productividad
aumenta en Alemania en tiempos de crecimiento y desciende durante las crisis.
Justo lo contrario que en España, donde los pocos trabajadores que quedan deben
trabajar mucho más que antes.
En la década anterior a la
crisis, los costes laborales nominales por unidad producida crecieron en España
un 30% (igual que en Grecia y Portugal). En Alemania el aumento fue de un 1,8%.
La tasa de inflación fue en España constantemente superior a la media europea;
en Alemania fue inferior, lo que implica una ganancia relativa en
competitividad. En fin, mientras España se emborrachaba de una burbuja con
dinero fácil, Alemania sufría la modernización constante de su base productiva
y la costosa incorporación de la economía del este. El milagro alemán
es, por lo tanto, consecuencia de las fortalezas tradicionales de la industria
y de las relaciones laborales alemanas y no tiene nada que ver con las
supuestas reformas de principios del siglo. Realmente, el único acierto de los
recientes gobiernos alemanes ha sido la introducción de un paquete de estímulos
económicos al inicio de la crisis y el aumento de la cobertura del Kurzarbeit.
En resumen, el resto de Europa
puede aprender mucho de los empresarios alemanes y bastante de sus sindicatos,
pero nada de sus políticos y banqueros.
Holm-Detlev Köhler
es profesor titular de Sociología de la Universidad de Oviedo.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada