OPINIONS QUE M'INTERESSEN ESPECIALMENT
Sami Nair, El País, 15.06.2013
La política de austeridad adoptada en toda Europa con motivo de la
crisis del capitalismo financiero a partir de 2008 está provocando un
trastorno sistémico del vínculo social. Se trata en realidad de una
verdadera revolución conservadora (o contrarrevolución, si se quiere),
en el sentido de que ahora el objetivo fundamental de la austeridad
exigida es la modificación de la relación capital-trabajo, del derecho
social, de las leyes que rigen el mercado de trabajo y, de modo mucho
más profundo, de los conceptos mismos de bienes públicos y privados. La
orientación es sencilla: transformar los primeros en los segundos.
El movimiento de fondo es la extensión cada vez más amplia de la
privatización en detrimento de lo que los europeos solíamos considerar
como bienes comunes: educación, salud, producción cultural. El caso más
simbólico es el del cierre de la televisión pública griega. De hecho
Grecia, por causa de la austeridad forzada, ha perdido su soberanía no
solo política, sino también cultural, pues se sabe a ciencia cierta que
la privatización audiovisual significa más propaganda publicitaria, más
industria cultural de bajo nivel directamente fomentada desde las
grandes multinacionales, menos diversidad cultural y, peor aún,
exclusión sistemática de las emisoras de libre debate, críticas y
creadoras. Grecia y Chipre se están convirtiendo en laboratorios de la
privatización-mercantilización del vínculo social en la zona euro.
Tendremos probablemente la misma evolución en Portugal e Irlanda.
Este proceso de privatización generalizado de las relaciones
económicas que implica la destrucción programada de los bienes comunes
va a afectar principalmente a los países económicamente más débiles,
pero se extenderá de forma inevitable hacia los más fuertes. En cada
país tendrá una tez distinta, pero la orientación global va a ser
idéntica, pues en realidad está ligada al modo en que Europa está
negociando su posición en la globalización liberal. El actual debate en
el Parlamento Europeo sobre el tratado comercial y de inversión EE UU-UE
es emblemático en cuanto a esa evolución. Las negociaciones entre
Bruselas y Washington se desarrollan sobre un telón de fondo de
contradicciones internas entre los diversos socios europeos. Francia,
por ejemplo, ha expresado su tajante oposición a que se perjudiquen los
“bienes culturales” y defiende el apoyo público a la creación
audiovisual y cinematográfica francoeuropea. Ahora bien, dado que se
trata de un mercado enorme y jugoso, que además presenta la ventaja
decisiva de controlar el imaginario de los europeos, podemos apostar a
que la voracidad de la industria cultural norteamericana no va a ser
saciada con argumentos morales.
Se sabe que la Comisión de Bruselas, bajo la presión de varios socios
europeos, se encuentra en una posición muy difícil para poder negociar
este tratado. Una petición firmada por más de 7.000 directores europeos
de cine y profesionales de la creación audiovisual pide que se mantenga
esa “excepción cultural”. El Gobierno francés no aceptará ningún cambio,
pues Francia obliga a que como mínimo el 40% de la programación
audiovisual sea hecha en el país, lo que no significa que deba ser
exclusivamente francesa. Los creadores europeos, independientemente de
la nacionalidad, se pueden beneficiar de esta oferta a través de
copatrocinios. La liberalización-privatización del sector audiovisual
acabará inevitablemente siendo realidad si se adopta este tratado
comercial tal y como lo quieren los norteamericanos. La televisión
pública ya sufre la competencia con cadenas privadas que utilizan de
forma masiva productos estandarizados de muy mediocre calidad. Es una
batalla histórica: la diversidad cultural, el respeto al genio de cada
cultura, son innegociables.
Este ejemplo solo es la punta del iceberg, pues la presión
privatizadora tanto de las transnacionales como de los fondos de pensión
americanos y europeos sobre las pensiones, la educación y la sanidad
públicas, se volverá imparable si Europa sigue siendo un mero mercado
liberal. La nueva sociedad que se está construyendo es la del “todo
privatizado”. Lo que debemos entender es que se trata de una ofensiva
global, una verdadera guerra social. El único modo de vencerla es la
construcción, de forma inmediata, de una Europa políticamente fuerte.
Desde 2008, sabemos que el estallido del capitalismo especulativo iba a
plantear a los países europeos una alternativa radical: o salir de la
crisis con un modelo social y político más fuerte, o caer en una espiral
destructora de austeridad que hundiría a las propias víctimas de la
crisis. Es, desgraciadamente, esta última vía la que, con la complicidad
de algunos gobiernos, ha vencido.
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