dijous, 9 de setembre del 2021

Kenia, Tanzania (con un salto a Zanzíbar), a golpe de clic fotográfico

Puesta de sol en el Massai Mara

Acababa la entrada en este blog sobre nuestro penúltimo viaje a África –a África subsahariana, para ser precisos- así: “Volveremos muy pronto a África. No es una pregunta. Es una afirmación. En la cabaña del Planet Baobab dormimos a la sombra de un baobab”. La afirmación no se sustentaba solamente en la creencia de que quien duerme a la sombra de este magnífico y mágico árbol vuelve a África, aunque es cierto que para dormir bajo un baobab hay que dormir en algún lugar de África subsahariana…  Lo cierto es que África te atrapa. Creo recordar que todo empezó en el vuelo de Victoria Falls en dirección a casa. Mientras nos despedíamos de Zimbabwe, empezamos a planificar, para agosto de 2020, un viaje a Uganda… Pero llegó la pandemia de la covid-19, y todo se trastocó.

Las lecturas preparatorias para ese viaje, por ejemplo “Tras los pasos de Livingstone” de Xavier Moret, o las relecturas de clásicos como “Ébano”, de Ryszard Kapuściński, o “El último tren a la zona verde”, de Paul Theroux, quedaron aplazadas. En la medida que avanzaba la campaña de vacunación, y remitían los efectos sanitarios más dramáticos de la pandemia, parecía que este verano de 2021 sí podríamos acercarnos a los “Gorilas en la niebla”. Sin embargo, rozando la fecha prevista para partir, se nos indica que no se ha formado el grupo mínimo, y que el viaje no se confirma. Así que, a grandes males, grandes remedios: Solicitamos a los amigos de Tourart Travel que nos reserven cualquier salida garantizada a África subsahariana. El cuatro de agosto iniciamos los vuelos rumbo a Nairobi para comenzar un periplo por algunos lugares imprescindibles de Kenia y Tanzania.

Como ya conocíamos Kenia y Tanzania, este no era, ciertamente, el viaje planificado, ni uno de los previstos, pero ha resultado ser un regalo inesperado. Dicho lo dicho, inicio un breve relato de las sensaciones, de momentazos, y, cómo no, de algunas anécdotas del viaje, siempre teniendo como referencia lo que fotografié.

En 2020 –coincidiendo con no recuerdo qué ola del coronavirus pero, en cualquier caso, estando cerrado el tráfico aéreo y marítimo internacional- Tony Wheeler publicó un interesante libro titulado “En defensa del viaje. Por qué seguiremos viajando y por qué lo haremos de otra manera” en el que, entre otras cosas, se arriesgó a dejar por escrito sus pronósticos sobre el futuro de los viajes, y sobre cómo serían los viajeros después de la covid-19. Algunos de estos pronósticos parece que se corroboran; otros, sin embargo siguen siendo hipótesis. Pero una de las cosas que Wheeler no pronosticó fue cómo iban a ser los viajes en estos tiempos en los que no podemos hablar aun de pospandemia. Ahora mismo –veremos qué pasa en el futuro- para viajar no basta el pasaporte, el correspondiente visado, eventualmente, la “cartilla amarilla de vacunación contra la fiebre amarilla”, y, obviamente, infinita paciencia para los controles aeroportuarios y fronterizos. A todo ello hay que añadir pruebas PCR, pruebas de antígenos, certificado de vacunación, cuestionarios sanitarios… una colección de papeles y códigos QR que compiten numéricamente con la colección de fotos del viaje.

El caso es que los trámites a la llegada a Nairobi fueron, al estilo y ritmo africanos [pole pole], relativamente rápidos. Y, en poco tiempo, pudimos encontrarnos con la que sería nuestra “jefa” –Marina, la guía-, el resto de compañeros y compañeras de viaje, y el equipo –“los chicos”, en palabras de Marina-, sin los cuales (Hachi, nuestro conductor; Costa, nuestro cocinero; y Hamidu, nuestro ayudante para todo) nada hubiera sido posible, o al menos, todo hubiera sido algo menos bonito.

Tony Wheeler, en el libro citado, escribe: “Nosotros, turistas [“muzungus”, en suajili], lo corrompemos todo con nuestras exigencias de que la comida debe ser como la que tomamos en casa, de que deben proporcionarnos todas las comodidades que disfrutamos en el propio hogar, de que los lugareños deben hablar idiomas, de que podamos acceder rápidamente a nuestras redes sociales y medios de comunicación en nuestras tabletas y en el televisor, de que nuestros teléfonos móviles funcionen con el roaming, y de que las conexiones por internet nunca fallen”. Nosotros somos unos “muzungus” que, en el sentido que apunta Wheeler procuramos corromper al mínimo: viajamos con el mínimo de tecnología de telecomunicaciones; la gastronomía del lugar es parte de nuestra experiencia del viaje; las posibles incomodidades no son más que anécdotas viajeras; y para comunicarnos con las personas autóctonas los idiomas no son frontera. En último extremo, con el lenguaje de signos y empatía, en ningún caso hemos tenido problemas… Pero, por experiencia, podemos decir que no todos los viajeros practican este, permítanme que lo diga así, “saber viajar en grupo”. En este sentido, nuestro anterior viaje a Kenia y Tanzania – allá por el año 2008- fue una experiencia catastrófica. Tanto es así que, desde entonces, siempre que nos es posible viajamos solos. En este viaje de 2021, a pesar de las diferencias generacionales, y de ser un grupo más numeroso que el del 2008 ha sido un placer compartir el viaje.

Acabados los trámites aeroportuarios –incluida la recogida de equipajes-, y después de un reconstituyente café en el más que mejorable aeropuerto de Nairobi, empezamos a conocer el grupo, a Marina, a “los chicos”, y, en nuestro caso, nos reencontramos con un viejo conocido del viaje de 2019: el camión. Iniciamos el itinerario por el valle Rift –la gran y conocida brecha geológica de casi 5.000 km., que va desde el valle del Jordán hasta Mozambique- en dirección al Lago Naivasha. Enseguida notamos la fuerte presencia de empresas chinas en la construcción de infraestructuras keniatas en general, y de las viarias en particular. La primera foto que disparo (el primer clic) es, desde la lejanía, del barrio de Kibera, un lugar que me gustaría conocer, entre otras cosas, por su arte callejero.

Lago Naivasha 

Pero esta visita no entra en el programa. Tenemos que llegar al alojamiento del Lago Naivasha para almorzar, descasar un poco, y visitar el lago del parque nacional  y, antes de llegar, tenemos una parada para suministrarnos de las bebidas (fundamentalmente, cervezas, refrescos, y algo de vino) que consideramos nos pueden hacer falta en el viaje (¡En los parques nacionales no hay, afortunadamente, chiringuitos!). Tras almorzar y una brevísima siesta, empieza de verdad el viaje: Paseando a pie entre acacias, los clics de la máquina de fotos cogen su ritmo con ñus, impalas, gacelas de Thomson, hipopótamos... Y, finalmente, la traca final del día: paseo en barca por el lago. El paisaje es hermoso (muchos clics, incuso a un águila), y, a la vez, tiene algo de fantasmagórico. Todo ello con una luz que se identifica fácilmente con la de las pinturas impresionistas. Regreso al lodge, ducha, y, durante la cena, grandísima y muy agradable sorpresa: nos encontramos con Teri, la persona que no guio por Zimbabwe y Botsuana tras la senda de los elefantes. La alegría es inmensa. Ella nos comentó que estaba con unos amigos de turismo por Kenia y Tanzania, y que acabaría su viaje en Victoria Falls, echando a una mano a la gente que, para paliar los desastrosos efectos de la pandemia, ha puesto en marcha la iniciativa, en la que os invito a participar, de “Ayuda a las familias locales con alimentos y la generación de recursos”.

Olengoti Eco Safari Camp

Al día siguiente nos dirigimos hacia el Massai Mara. El habitual madrugón hace posible que el día cunda. La relativamente temprana llegada al Olengoti Eco Safari Camp -con la clásica recepción por parte del personal al son del “Jambo Bwana”- nos permite hacernos la PCR, cuyos resultados necesitaremos para entrar en Tanzania, comer en un “marco incomparable”, con vistas a una manada de hipopótamos que no paran quietos y son “víctimas” de un montón de clics, descansar un ratito, y prepararnos para la primera incursión en el Parque Nacional (PN) del Massai Mara. La tarde -a los efectos de safari fotográfico y de observación y escucha- fue superproductiva. Poder fotografiar las primeras manadas de ñus y de cebras que ya han migrado desde el Serengueti, una leona muy escondida entre los arbustos, o unos guepardos que se acaban de comer a su presa, es una experiencia fantástica, pero lo que realmente me parece increíble del Massai Mara es poder observar la fauna salvaje en libertad, los paisajes, y, fundamentalmente, escuchar sus sonidos y silencios. Obviamente, de camino hacia la salida del PN, tenemos ocasión de ver la puesta de sol. Este acontecer diario –las puestas de sol en África subsahariana- es, para nosotros, uno de los mayores espectáculos que nos ofrece el planeta. Aunque en este viaje no son tan espectaculares como en otras ocasiones debido a la menor cantidad de polvo en suspensión, porque, aunque estamos en época seca, sigue lloviendo de tanto en tanto ¡El cambio climático nos está cambiando hasta las puestas de sol africanas!

Hipopótamos en Olengoti Eco Safari Camp 

Regreso al Olengoti. Ducha, y una reparadora cena con celebración del cumpleaños de uno de los compañeros de viaje. Una de las cosas que más lamento de mis noches africanas en tienda de campaña es que caigo rápidamente en brazos de Morfeo. Soy incapaz de escuchar los ruidos de la noche… En este itinerario los safaris nocturnos no están, con buen criterio, permitidos. No habrá, por tanto, tentación de suplir esta particular carencia personal, con una mayor presión humana en los PN y más estrés para los animales. La noche es para que reposemos todos ¡Cómo debe ser!

Ñus en el Massai Mara

Pues… reposados nos levantamos para encarar todo un día de safari. La tarjeta de la Nikon D7500 (con teleobjetivo Sigma 18-300mm F3.5-6.3 DC MACRO HSM) empieza a llenarse de estampas de ñus, cebras, avestruces, búfalos, leones, guepardos, leopardos, gacelas de Thomson, impalas, elefantes, jirafas, leonas, paisajes con acacias, y algún 4x4. Las primeras fotos de la mañana captan aún los colores y la bruma del amanecer… las últimas de la tarde empiezan a fotografiar el inicio de la puesta de sol. En este instante se produce uno de los momentazos del viaje: una hiena inicia la caza de una cría de ñu; la hiena va tomando posición con movimientos sinuosos; se intuye un cierto nerviosismo en la manada de ñus, aunque ninguno de ellos deja de pastar… Al momento empieza una especular persecución, hay instantes en los que parece que el pequeño ñu esquivará las garras de la hiena, en otros todo lo contrario. La manada de ñus sigue a lo suyo, ni se inmutan… En un esprint final, la hiena caza su presa. Hasta aquí la parte espectacularmente bonita. Los momentos en que oímos los quejidos del pequeño ñu, y como las fauces de la hiena le devoraban el estómago y partían los huesos, fueron espectacularmente impactantes, pero, aunque sea la ley de la naturaleza, difícilmente fotografiables.

León en el Massai Mara


La ducha vespertina sentó especialmente bien, y aún mejor sentó la cena en un espacio del Olengoti Eco Safari Camp incomparablemente bucólico. Los primeros minutos tras haber apagado la luz en la tienda de campaña, recordé las fotografías de la persecución y caza del joven ñu, me inquietó un poco, pero, a los pocos minutos, volvió a ganar Morfeo. Al día siguiente nos esperaba otra jornada con muchas probabilidades de algún que otro momentazo.

Massai Mara

No queda más remedio que madrugar para llegar a la hora prevista para sobrevolar las grandes manadas de herbívoros –especialmente de ñus- desde las alturas. El fenómeno de la “gran migración” hace que este mes de agosto las concentraciones de animales estén en el Massai Mara procedentes del Serengueti, y la experiencia de volar en globo era una cuestión pendiente (por razones meteorológicas, en el viaje de 2008 se suspendió). Afortunadamente, en esta ocasión no hay viento, y la bruma se va rindiendo a los rayos del sol. Sorprende la excelente organización y ejecución del vuelo. Verdaderamente, el Massai Mara tiene otra dimensión desde el globo. La máquina no para de hacer clic, y te permite observar perfectamente el fenómeno de la gran migración, y reforzar la hipótesis del misterio que se esconde detrás de las quemas controladas (lo explico en este artículo titulado “Massai Mara y Serengueti: ¡Turistificación a fuego!”).

Después de aterrizar con una experiencia más en la mochila, iniciamos el desayuno, a la sombra de una acacia, brindando con champán sudafricano, y suena, en el móvil de Marina, el adagio del Clarinet Concerto in A major, K.622 de Wolfgang Amadeus Mozart. Aunque el sonido no sea de gran calidad, probablemente no haya mejor ocasión para escucharlo, y recordar la película Memorias de África.

Rio Mara

Hay que seguir la ruta hacia el Triángulo de Mara -no sin antes fotografiar a varias familias de babuinos que nos han venido a visitar después del desayuno- donde nos espera una noche en plena y salvaje sabana. El protagonista fotográfico estelar del Río Mara (en la parte de Massai Mara) es el cocodrilo, que aparenta momificado en honor a los Faraones de Egipto. Sin embargo, en el trayecto hasta llegar al río de obligado cruce por los animales en su migración, los protagonistas han sido un guepardo madre con sus dos cachorros, y unas elegantes jirafas que aparentaban, con su elegancia característica, bailar una pieza de ballet.

Jirafas en Massai Mara

Después de reponer fuerzas (comida y siesta) seguimos dando vueltas por los alrededores del Río Mara. Es una tarde en la que la máquina fotográfica descansa. Los únicos clics son para una impresionante puesta de sol, solamente comparable con el imponente cabrito de Costa nos ha preparado para cenar. Teóricamente, es el alojamiento más “salvaje” del viaje, y, sin embargo, es donde mi sueño ha pasado de lujo a superlujo ¡Que me perdonen los hipopótamos de enfrente de las tiendas por la poca atención que les presté a sus gruñidos nocturnos!

Zebra y ñus en el Triángulo de Mara

A estas alturas de viaje el madrugar ya está absolutamente incorporado a nuestros hábitos, pero aun así, me desperté con la habitual pereza que me producen los trámites aduaneros. Y es que el día estaba programado como de tránsito para dejar atrás Kenia, cruzar la frontera, entrar a Tanzania, y llegar al final del día al Lago Victoria. Creo que en África “programar” es un imposible. Ese día, a los efectos de “clics fotográficos”, fue muchísimo más que un día de tránsito. En nuestro camino cruzamos el Triángulo de Mara y los clics se sucedían: un grupo de elefantes con elefantitos que caminan torpemente, preciosos bosques de acacias, de las más fotogénicas manadas de ñus y cebras del viaje, una hiena que va de caza, un divertido avestruz que se nos cruza entre los 4x4, y otro de los momentazos: el león y la leona que, al borde de la pista, parece que nos dan los buenos días, y posan para ser fotografiados.

Leona bostezando en el Triángulo de Mara

Me gustan muy poco los trámites aduaneros, y estos son, como casi siempre en África, tediosos. Además de los habituales, ahora hay que presentar la PCR que nos hicieron los sanitarios que se desplazaron al Olengoti Eco Safari Camp, y hay que hacerse un test de antígenos. Por el contrario, me gusta mucho la frase de Ryszard Kapuściński en la que afirma que "el sentido de la vida es cruzar fronteras", pero, quiero pensar, que el gran escritor y periodista polaco se refería a las fronteras sin trámites burocráticos, a las mentales…

En cualquier caso, todo lo que empieza suele acabar, y, al cabo de algo más de dos horas, los trámites aduaneros se acabaron. Seguimos nuestra ruta en el camión (que habíamos retomado poco antes de llegar a la frontera). En los primeros kilómetros por Tanzania se ven, además de algún paisaje de kopjes que nos recuerda el Parque Nacional de Matopos (Zimbabue), más casitas redondas con techos de paja, pero, al igual que en Kenia, se ve poca gente caminando por los bordes de las carreteras, una cosa que, en el viaje de 2008, me impactó, y, aunque en aquella época la Nikon era analógica, fue motivo de bastantes clics fotográficos. Entre la comida de “picnic basket” mientras hacíamos kilómetros, una cerveza, y un poco de charla, el tiempo ha pasado volando, y ya hemos llegado al Lago Victoria. En un plis plas estamos alojados en el bonito Speke Bay Lodge, y habrá tiempo para descansar, un rato de lectura, una buena ducha, y un aperitivo antes de la cena. Ha sido un día de bastantes kilómetros, pero, como escribe Xavier Moret en su libro Tras los pasos de Livingstone, “en África los viajes raramente se miden por kilómetros, sino por horas”.

Pueblo de pescadores Mabulugu

El día siguiente empieza raro: ¡No hay madrugón! Es un lujo tener tiempo para un desayuno reposado, y con unas bonitas vistas al Lago Victoria. La mañana nos depara una sorpresa: la visita a un pueblo de pescadores llamado Mabulugu. Llegamos en barcas tradicionales a remo, y disfrutamos por unas horas la vida cotidiana –y la fotografiamos, claro está- de esta pequeña población. Contribuimos con la economía local comprando telas (del mejor comercio justo). Como el tiempo de los “muzungus” es siempre limitado, no hay ocasión para, por ejemplo, un afeitado en la barbería del pueblo, o compartir con los chavales locales una partida de billar ¡La mesa de pool americano siempre tan presente en los pueblos de África subsahariana! De regreso al alojamiento, ya con algo de ganas de almorzar, recuerdo y comparto una de las preocupaciones que Tony Wheeler expone en su ya citado libro En defensa del viaje: “… nos inquieta el impacto que causamos en las culturas frágiles”. ¡Espero y deseo que Mabulugu jamás se turistifique!

Leona en Serengueti


Una vez almorzados, nos dirigimos a la puerta Ndabaka para entrar al Parque Nacional del Serengueti. Los clics fotográficos son para un enorme y comilón elegante, unas elegantes jirafas, unos cachorros de león acompañados de una pareja de león y leona, unos búfalos… No obstante, hay tres cosas relevantes en este largo trayecto que son difícilmente fotografiables: la extraña -bueno, en época de emergencia climática, casi nada es extraño en materia meteorológica- abundante lluvia en época seca; la discreta visita al camión de moscas tse-tse; y el malísimo estado de la pista en el tramo final hasta el Kati kati Tented Camp, donde llegamos al anochecer, y que será nuestro alojamiento para las próximas dos noches.

Sigo despertándome, a pesar de estar en pleno Serengueti –en las "planicies sin fin", según el pueblo Massai-, sin haber oído ni un solo ruido de animal durante la noche. Igual es que a los sonidos no se les puede fotografiar… Por tanto, “hakuna matata” (sin problema).

Pero, en un safari en camión tienes una altura que te da un ángulo de visión inmejorable para que se disparen los clics fotográficos. En este sentido, la suerte nos ha sonreído: Un día completo de safari en camión en el que -además de búfalos, leones adultos y cachorros, jirafas con las que casi podemos mirarnos cara a cara, y un elefante que nos acompañó durante la comida (nosotros dentro de camión, él al borde de la pista)- los grandes protagonistas fotográficos fueron animales en las alturas de árboles: Nada más iniciar el día los clics se dirigen a una pandilla de babuinos que, desde las alturas de una acacia, parece que saludan al sol saliente. El día avanza, se impone una parada en el aeropuerto en el Serengueti ¿Para volar en una avioneta? Pues no, para algo bastante más básico: ir al baño, una instalación que en la sabana es casi tan buscada como los rinocerontes; y tomar un café expreso, un lujo raramente disponible en los parques nacionales tanzanos.

Al rato nos topamos con un par de leonas posando en las ramas de una kigelia africana (“árbol salchicha” o “árbol del pan”) ¡Menos mal que habíamos vaciado las vejigas, porque con la emoción, y entre clic y clic, seguro que me hubiera orinado encima! Un poco más avanzado el día las fotos van dirigidas a un leopardo descansando a lo alto de otra kigelia africana. Lo veíamos –aunque un tanto lejano- después de una larga espera infructuosa, e, incluso, de haber desistido. Alguien aviso a “los chicos”, y volvimos sobre nuestros pasos, mejor dicho, sobre los surcos del camión ¡El café del aeropuerto aumentó la excitación de la espera! La foto, gracias al teleobjetivo, valió la pena.

Leopardo en el Serengueti

Al llegar al alojamiento aún tenemos tiempo de un paseo por los alrededores. Vemos un elefante cojo, termiteros, algunos pájaros… y las ganas de ducha y cena se intensifican en la medida que se inicia la puesta de sol y el anochecer.

Según uno de los responsables del Kati kati, la hoguera era el televisor del camp, pues todos los huéspedes se sientan a su alrededor, y miran el fuego. Después de la cena, al lado del fuego, yo miraba las estrellas. No era la mejor noche para contemplar la Vía Láctea… en aquel momento pensé en el día trascurrido, y sentí algo parecido a unas agujetas en mi dedo índice de la mano derecha. Fui incapaz de calcular cuantas fotos había hecho… Al día siguiente teníamos que despedirnos del Serengueti.

Cachorros de león despidiéndonos del Serengueti 

Resultó ser una despedida colosal: Al poco tiempo de iniciar el camino que nos tiene que conducir al Ngorongoro, cuatro cachorros de león juguetean encima de un tronco caído. Cuanto más clics disparo, más parce que les guste posar. Con esta estampa ya está justificado el día de hoy, pensé. Pero, quedaba mucho día. Hicimos dos paradas. La primera en Naabi Hill (este “territorio de nadie” entre el PN del Serengueti y la Zona de conservación del Ngorongoro), donde, después de algunas fotos desde la colina a las grandes inmensidades del Serengueti, comimos.

Segunda parada: poblado Massai. Sin duda, una visita tan imprescindible desde el punto turístico, como prescindible por su falta de autenticidad. Fotogénicamente, son unos instantes agradecidos por su colorido y la vistosidad de los bailes, pero todo tiene un aspecto excesivamente tematizado. Agradezco a Marina que nos insistiera en aligerar la visita. Nos espera el momentazo del día, y uno de los del viaje: ver la caldera del Ngorongoro antes de que anochezca.

Poblado Massai


Enfilamos nuestro último sprint del día. Hay prisa, no tanto por el cansancio acumulado, como por las expectativas. Estas se cumplen. Bajamos del camión y delante de nosotros está el cráter del Ngorongoro. Clics y más clics panorámicos, del grupo, y de las instalaciones del Pakulala Safari Camp, un conjunto de tiendas de campaña muy bien equipadas. Esta noche se agradece especialmente la ducha con agua caliente. El frío aprieta. Mientras esperamos la cena, apetece más un vino tinto que una cerveza, alrededor de la hoguera no sobra la manta. Después de cenar una de las mejores lasañas que he comido en mi vida (con un peculiar regusto suave de cilandro), y de la sorpresa de la noche, una botella de agua caliente en la cama, el frío desaparece. Incluso durante la noche tengo algo de calor. Sospecho que algún animal ha producido algún ruido durante la noche, pero es sólo una sospecha… De repente es la hora del desayuno.

Aún no ha amanecido cuando empezamos uno de los días del viaje en el que mis expectativas eran más grandes ¡Tenía un recuerdo tan bueno de nuestro safari por el Ngorongoro en 2008! Nada más entrar en el 4x4, pienso que tengo que relativizar esas expectativas. Es un vehículo, al menos en los asientos traseros que nos han tocado, incomodísimo, con poca visibilidad, incluso peligroso para mi cabeza y cervicales si quiero hacer fotos de pie. Sospecho que la máquina de fotos disparará pocos clics…

Elefante en Ngorongoro

Sea por esas incomodidades e imposibilidad de tener adecuados ángulos de tiro, sea por la disminución de superficie transitable a consecuencia del crecimiento del lago por las lluvias de 2020, sea por el poco tiempo que estuvimos en mi añorado Ngorongoro, mis sospechas se confirmaron. Claro que en mi selección de clics hay un elefante con la trompa espectacularmente recta hacia arriba (especialmente interesante para mí que soy coleccionista de figuras de elefantes con la trompa hacia arriba), algunos pájaros, un chulísimo avestruz, unos pocos flamencos (con la abundancia de agua pensaba que podríamos ver el lago poblado de flamencos tiñéndolo de color rosa), un león que a duras penas se dignó levantar la cabeza, y poco más, excepto las escenas de cebras jugando, saltando, o sus culos que, para mí, son de lo más fotogénico de esta parte del mundo. Estas escenas de cebras son las que verdaderamente salvaron la mañana de una mayor ausencia de clics.

Zebras en el Ngorongoro


Con un almuerzo, para mi gusto, demasiado rápido, sin casi poderse sentar, y un gin-tonic sin casi poderlo saborear, damos por finalizada nuestra visita ¡Todo ha tenido sabor a poco! Me ha faltado tiempo para ver el trascurrir del tiempo, y escuchar los sonidos y los silencios del Ngorongoro.

Ponemos rumbo a la última etapa del viaje en el continente: el Lago Manyara. Verdaderamente, el lago poco lo vimos, y, quizás, sería más correcto decir que nos dirigimos al Manyara Wildlife Safari Camp, un alojamiento perfecto y muy útil para la operativa logística, ya que al día siguiente tenemos que volar hacia Zanzíbar ¡En cualquier caso, valió la pena acercarse al Manyara porque pudimos ver baobabs!

Baobabs en los alrededores del Lago Manyra

La noche siguió con una cena típicamente africana en una casa de la zona nada turistizada, y que sirvió para subsanar una carencia gastronómica del viaje: ¡Por fin pude volver a comer ugali! Acabada a cena, de forma sorpresiva, nos esperan unos tuc-tuc que nos conducen al camión que nos llevara al camp. Es el momento de la última cerveza tanzana con el grupo y con Marina.

Nos despertamos con un cambio: en contra lo previsto, no volaremos a Zanzíbar desde el aeropuerto de Arusha, sino que lo haremos desde el Kilimanjaro International Airport. Ningún problema (hakuna matata), ¡esto es África! Al llegar al Arusha Airport, nos despedimos del camión, abrazamos a “los chicos” y a Marina con el convencimiento de que sin ella, Costa, Hachi, y Hamidu el viaje no hubiera sido el mismo.

Equipaje, las doce personas del grupo, conductor, un empleado de la aerolínea, y, al menos, dos pasajeros locales ocupamos apretujadamente una matatu. En el interior del vehículo únicamente nosotros, los “muzungus”, llevamos mascarilla. Seguramente resultamos extraños en un ambiente en el que la pandemia parece no existir ¿O lo que realmente representamos con nuestras mascarillas son los privilegios de la ciudadanía europea que se ha podido vacunar contra la covid-19, frente a la casi segura imposibilidad de vacunarse de tantos y tantos africanos? La injusticia de la no vacunación global es, como diría uno de los compañeros del viaje, brutal. Sin duda, es el momento de apoyar esta Iniciativa Ciudadana Europea.

El caso es que un poco más de una hora de viaje en la matatu da para mucho. Da para que el empleado de la aerolínea almuerce, prepare nuestro check in completando manualmente un listado con nuestros nombres a los que añade algunos datos de nuestros pasaportes. El procedimiento de este peculiar check in es tan “pole, pole” [poco a poco] que menos mal que le ayudo a localizar los nombres en el listado, pues de lo contrario me temo que se habría retrasado bastante el despegue de la avioneta.

También me da tiempo de hacer mentalmente un primer balance de los días pasados en Kenia y en Tanzania continental. En este sentido, dos ideas me rondan por la cabeza: La primera: menos mal que nos decidimos a hacer el viaje, aunque no era el que teníamos previsto. Gracias, amigos de Tourart Travel por vuestros siempre buenos servicios, y gracias a Ratpanat por organizar estos viajes tan bien (¡Me planteo la posibilidad de solicitarles una tarjeta de fidelidad!)

Tengo, como segunda idea de este balance en la matatu, la impresión de que las circunstancias asociadas a la pandemia nos han permitido disfrutar el plus de la no masificación turística de los sitios visitados. Pero el peligro latente está ahí. Lo pudimos ver con nuestros ojos. los skylines de luces de los numerosos lodges que, en las salidas de safari antes de amanecer, pudimos observar en los alrededores periféricos de los Parques Nacionales, son más que una señal de ese peligro. Pienso que sería urgente que las autoridades y la sociedad civil tomaran nota de que en esta parte del mundo, también es posible “morir de éxito”. No sea cosa que algún día, no muy lejano, sea de aplicación lo que en una ocasión dijo la estrella de béisbol e icono cultural para mucha gente, Yogi Berra: “A este sitio ya no va nadie, hay demasiada gente”.

El salto a Zanzíbar

Playa de Zanzíbar

Una hora escasa y aterrizamos en el aeropuerto de Zanzíbar. Ha sido un vuelo con unas vistas fantásticas. Permítanme que vuelva a Kapuściński para describir mi impresión general de lo que vi desde la avioneta: “Zanzíbar: un blanco broche de piedra artísticamente tallada de una vieja ciudad árabe, y más lejos, bosques de cocoteros, inmensos claveros que extienden unas ramas desmesuradas y campos de maíz y de cassava [mandioca], y todo esto enmarcado por las arenas brillantes de unas playas en las que irrumpen suaves bahías de color verde mar y en cuyas aguas balancean flotillas de embarcaciones de pesca” (Ébano, Editorial Anagrama, 2019. Página 88).

Zanzíbar me sorprendió. Descansamos poco –y menos descansó la Nikon-, fueron unos días de bastante actividad, y nada de tumbona playera. Stone Town es (junto a Saint-Louis en Senegal),  de las que conozco, la ciudad de África subsahariana con más carácter. Cenamos y comimos bien, disfrutamos –y los clics fotográficos fueron abundantes- de lugares interesantísimos como el mercado de Darajani, el antiguo mercado de esclavos, las callejuelas, el antiguo fuerte, algunas terrazas de hoteles con carácter entre colonial y palaciego (el bar del Hotel Emerson Spice, por ejemplo, resultó ser un bucólico rincón para, mientras preparábamos cuestionarios online y nos bajábamos códigos QR para el viaje de regreso, tomarnos la penúltima cerveza Serengueti), la fachada marítima, los, por la noche, animados jardines de Forodhani…

Por un momento tuve dudas de poder visitar Stone Town pole pole. Estábamos alojados en un resort de playa a una hora y media de la ciudad. Queríamos contratar un transfer para pasar la tarde noche de uno de los tres días de nuestra estancia en la isla y concretar el transfer del último día a una hora relativamente temprana para poder tener alrededor de 12 horas para patear Stone Town. No fue fácil. El deficiente castellano e inglés del chaval con quien estuvimos negociando el asunto, no garantizaba, más bien aparentaba, lo contrario, que nos hubiéramos entendido. Falsa alarma: todo salió a la perfección.

Los arrecifes, las mareas, las olas, las variaciones de colores, las embarcaciones, los personajes de las playas, concentraron gran parte de nuestra atención durante nuestro alojamiento playero y alrededores. En alguno de los paseos fueron tantos los clics que ha resultado muy trabajoso hacer la selección de los mismos. ¡Definitivamente, Zanzíbar vale mucho la pena más allá de la tumbona playera!

Calle de Stone Town

Para acabar, una última cita de Kapuściński. Su libro Ébano acaba con estas palabras: “Sumidos en el silencio, todos se dirigían a sus respectivas cabañas mientras los chicos apagaban las luces en las mesas. Todavía era de noche, pero se aproximaba el momento más maravilloso de África: el alba”.

Pues bien, en el silencio propio del estado de duermevela o de sueño profundo, iniciamos el regreso a nuestra cabaña de Mallorca. La máquina de fotos se apagó, y, por un tiempo, descansó. Todavía tenemos que reposar las experiencias este viaje, pero, ciertamente, el momento más maravilloso de África es el alba. Es decir, el momento más maravilloso del viajero es cuando empieza a vislumbrar el próximo viaja a África. ¡En estas estamos!




1 comentari:

  1. Gracias Rafael por compartir este diario de viaje, mientras lo leía me imaginaba esos magníficos paisajes y experiencias que describes tan espléndidamente.

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