En un texto escrito
especialmente para Página/12, Palley detalla las tres corrientes de pensamiento
predominantes sobre la crisis económica que están en disputa en Estados Unidos,
y las soluciones que propone cada una para salir adelante.
La crisis económica global es el resultado de políticas erradas
que derivan de ideas fallidas. A grandes rasgos, existen tres lecturas
diferentes de la crisis. La primera es el núcleo duro de la posición
neoliberal, que puede ser etiquetada como la “hipótesis del fracaso del
gobierno”. En Estados Unidos esta postura está identificada con el Partido
Republicano y la Escuela de Economía de Chicago. La segunda perspectiva, una
visión neoliberal más liviana, es denominada como la “hipótesis del fracaso del
mercado”. Esta posición amalgama a la administración Obama, a medio Partido
Demócrata y al Departamento de Economía del MIT. En Europa se identifica con
los políticos de la Tercera Vía. La tercera perspectiva es una visión
progresista que calificamos como la “hipótesis de destrucción de la prosperidad
generalizada”. Se identifica con la otra mitad del Partido Demócrata y el
movimiento sindical, pero no tiene bancada en las principales universidades
debido a la represión de alternativas a la teoría ortodoxa.
La “hipótesis del fracaso del gobierno” sostiene
que la crisis tiene sus raíces en la burbuja inmobiliaria de Estados Unidos, en
el fracaso de las políticas monetarias y en la intervención del gobierno en ese
mercado. En relación con las políticas monetarias, argumentan que la Reserva
Federal mantuvo las tasas de interés muy bajas durante mucho tiempo en la
recesión anterior. Mientras tanto, la intervención del gobierno hizo subir los
precios al impulsar la compra de propiedades más allá de las posibilidades de
esos individuos. Para este núcleo duro, la crisis es un fenómeno esencialmente
norteamericano.
La postura neoliberal más liviana argumenta que
la crisis sucedió por la mala regulación financiera que permitió a los bancos
tomar mucho riesgo y facilitó demasiado la desregulación y autorregulación.
Estos errores contribuyeron a la mala asignación de recursos financieros. Esta
visión es más global pero ve la crisis como un fenómeno esencialmente
financiero.
El argumento de la “destrucción de la
prosperidad compartida” considera que la raíz de la crisis está en el paradigma
económico neoliberal que guió la política económica durante los últimos 30
años. Si bien Estados Unidos fue el epicentro de la crisis, todo el mundo está
implicado, ya que adoptaron el mismo paradigma, donde la mala regulación
financiera fue un elemento más.
El paradigma neoliberal se adoptó hacia fines
los años 70. Entre 1945-1975, la economía de Estados Unidos estuvo
caracterizada por un “círculo virtuoso” keynesiano donde los aumentos de productividad
impulsaban al alza los salarios que, a su vez, impactaba en la demanda y el
empleo. Ese escenario incentivaba la inversión que generaba mayores aumentos de
productividad y permitía mejores salarios. Con modificaciones locales el mismo
modelo se aplicó en Europa occidental, Canadá, Japón, Brasil y Argentina.
Después de 1980 ese modelo keynesiano se reemplazó por un nuevo modelo de
crecimiento neoliberal. Antes de 1980, los salarios eran el motor del
crecimiento de la demanda; después de 1980, el endeudamiento y la inflación de
los activos financieros se convirtieron en el motor.
El nuevo modelo puede ser presentado como una
caja de políticas neoliberales que encierra a los trabajadores para
presionarlos por todos lados. La globalización corporativa pone a los
trabajadores en una competencia internacional a través de redes de producción
que están respaldadas por los acuerdos de libre comercio y la movilidad de
capital. La agenda de los gobiernos “pequeños” atacó la legitimidad de la
intervención estatal y promovió la desregulación sin importar las
consecuencias. La flexibilización laboral golpeó a los sindicatos y a los
instrumentos como el salario mínimo, el seguro de desempleo y la protección
laboral. Finalmente, el abandono del objetivo de pleno empleo generó
inseguridad laboral y debilitó el poder de los trabajadores.
Este modelo se implementó en todo el mundo
multiplicando su impacto. Eso explica la importancia del Consenso de Washington
que fue impuesto en América latina, Africa y los antiguos países comunistas por
el FMI y el Banco Mundial al condicionar el financiamiento a la aplicación de
las políticas neoliberales.
Las tres visiones de la crisis ponen en
evidencia qué está en juego, en tanto cada una recomienda una respuesta
distinta. Para los neoliberales más duros, la salida reside en duplicar la
apuesta con mayor desregulación financiera y laboral, profundizar la
independencia de los bancos centrales y su compromiso exclusivo con una baja
inflación, y limitar más el rol del Estado a través de la austeridad fiscal. La
visión blanda del neoliberalismo recomienda endurecer la regulación financiera
pero preservan el resto del paradigma de políticas ortodoxas.
Para los defensores de la “hipótesis de la
destrucción de la prosperidad generalizada” la respuesta necesaria es otra. El
desafío es desplazar al paradigma neoliberal y reemplazarlo por otro
“keynesiano estructural” que restablezca el círculo virtuoso. El objetivo es
sacar a los trabajadores de la caja neoliberal opresiva y poner allí a las
corporaciones y los mercados financieros para que sirvan al interés público.
Eso implica reemplazar la globalización corporativa por una globalización
administrada donde existan altos estándares laborales, coordinación de tipos de
cambio y controles de capitales; recuperar el objetivo de pleno empleo y
reemplazar la flexibilidad laboral con una agenda solidaria del mercado de
trabajo donde exista un balanceado poder de negociación, salarios mínimos
adecuados, seguro de desempleo y respeto de los derechos laborales. Una agenda
social democrática significa que el gobierno asegure la provisión de redes de
contención y las necesidades básicas como salud, educación y jubilaciones.
El punto central es que cada una de las
perspectivas posee sus propias prescripciones de política económica. Por lo
tanto, la explicación que prevalezca será determinante y ubica a la economía en
el centro de la puja política. Por ahora, la profesión económica se divide
entre el núcleo duro neoliberal y la visión más liviana de esas ideas. Sin
embargo, eso puede modificarse con la presión de una dura realidad que produce
una demanda masiva de cambio, como sucedió en la Gran Depresión, que ofreció el
punto de partida para la economía keynesiana. La única certeza es que el cambio
será duramente resistido ya que las elites y los economistas ortodoxos están
interesados en preservar la primacía del paradigma dominante.
Página12 07/05/2012
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