De nuevo, sobre la izquierda ante la posible secesión de Cataluña
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Josep Ferrer Llop (Sin Permiso 28.07.2013)
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A principios de noviembre pasado reclamaba desde
estas mismas páginas una reflexión de la izquierda sobre la posible secesión de
Catalunya, sobre sus causas y sobre la estrategia a
seguir para mejor defender los derechos de las clases populares. Los
acontecimientos desde entonces han confirmado buena parte de aquellos análisis
y requieren profundizarlos.
(1) Ya no hay margen
para el entendimiento
En aquel artículo se diagnosticaba una soberanismo sin marcha atrás, pero
se dejaba todavía margen para un último esfuerzo de entendimiento. A estas
alturas, el choque de trenes parece inevitable.
El soberanismo sigue creciendo y vira a la izquierda
En efecto, el fracaso de Artur Mas en las elecciones anticipadas de
noviembre de 2012 podía hacer pensar que el soufflé se deshinchaba. Sin duda,
haber conseguido la mayoría que reclamaba le hubiese dado alas y CiU hubiese
cerrado filas a su alrededor. Al contrario, su pinchazo lo ha debilitado
internamente y ha permitido aflorar las reticencias representadas por Duran i
Lleida.
Sin embargo, no está claro si el proceso se ha visto frenado o, al
contrario, acelerado. De hecho, creció la mayoría parlamentaria soberanista y
las encuestas indican que también sigue creciendo la mayoría social. Con todo,
el hecho más relevante es que su centro de gravedad se desplazó hacia ERC,
tendencia que se acentúa vertiginosamente según las mismas encuestas. Asimismo
ganaron y siguen ganando peso ICV-EUiA y CUP.
Podríamos especular sobre qué habría hecho un Artur Mas ensalzado y por
tanto dueño de sus actos. Pero es dudoso que su ritmo hubiese sido mayor que el
actual, uncido a Oriol Junqueras. Al mismo tiempo, las organizaciones
transversales de base (Omnium, ANC,…) han redoblado sus movilizaciones para
evitar cualquier desfallecimiento del president. El resultado, siguiendo con
las metáforas marineras de moda, es que el barco sigue a velocidad de crucero,
pero el puesto de mando es compartido.
La oligarquía toma posición contra la independencia.
Este cambio de situación ha propiciado (o ha obligado a) que también la
oligarquía catalana se desmarque activamente de la posible independencia. Es
sintomático el viraje de La Vanguardia o la negativa de la gran patronal a
participar en cualquier iniciativa vinculada al proceso e incluso al derecho a
decidir. Por no decir de la reunión del 15 de junio del Fórum Puente Aéreo (con
destacados dirigentes de Caixabank, Telefónica, Repsol, Banc de Sabadell,
Planeta, Abertis, Agbar, Acciona, ACS, Endesa, Mango,…) donde se acordó
elaborar un documento estratégico contra el proceso soberanista.
Por si no estaba bastante claro, ya de ningún modo puede decirse que el
independentismo catalán es "cosa de derechas". Su bandera es izada
ahora por una mayoría social formada por pequeños y medianos empresarios,
clases medias, profesionales, payesía, asalariados, etc, encuadrados en buena parte
en partidos como ERC, ICV-EUiA, i CUP. Y sobre todo en organizaciones
transversales capaces de movilizaciones como el concierto del 29-VI en el Camp
Nou o la cadena humana anunciada para el 11-IX.
La perplejidad de (cierta) izquierda
Se desmonta así uno de los argumentos favoritos de (cierta) izquierda para
simplificar el mapa político: el nacionalismo es de derechas, mientras que la
izquierda es internacionalista. Se aducía una larga tradición desde la Liga
Regionalista hasta Jordi Pujol, mientras se olvidaba una tradición paralela de
izquierda catalanista, así como que la izquierda internacional ha defendido
sistemáticamente el derecho de autodeterminación. Olvidos útiles para cerrar el
debate de forma simplista.
Pero ese simplismo ya es insostenible. Es cierto que pervive una
significativa franja anti-secesionista en las áreas metropolitanas, formada en
buena parte por clase obrera descendiente de inmigrantes, con grandes vínculos
emocionales y solidarios con el resto de la península. Pero también es cierta
su perplejidad por verse en este tema más cerca del PP y de la oligarquía, que
de sus tradicionales compañeros de lucha política.
Perplejidad que afecta asimismo a buena parte de la izquierda más allá del
Ebro. Cómoda antes en la crítica a las pretensiones de Jordi Pujol, pero
intentando ahora marcar distancias con el furioso unionismo del PP, y sobre
todo con el de la monarquía, el ejército, la iglesia, la gran patronal, etc. Le
cuesta entender que cuando el catalanismo ha radicalizado sus objetivos,
resulta que ha virado hacia la izquierda.
El PSOE entierra el federalismo
Ante esta situación, el PSOE intenta una tercera vía entre la
recentralización y la independencia, tratando de concretar un federalismo hasta
ahora sólo nominativo. Como se argumentaba en el anterior artículo, tuvo su
oportunidad con el estatuto de Maragall, pero no la aprovechó. El documento de
Granada del 7-VII no es la recuperación de esa tercera vía, sino más bien la
confirmación de que no hay resurrección posible para lo que Zapatero no supo
salvar y el Tribunal Constitucional remató.
Ahora ya no hay duda alguna de que el pseudo-federalismo del PSOE no llega
a la plurinacionalidad, ni siquiera a la ordinalidad fiscal, y mucho
menos aún al derecho a decidir (aceptado incluso por sus propias bases, según
las encuestas). Decepción total para los catalanistas del PSC, que ahora no
tienen ya esperanza alguna de recuperar espacio en Catalunya.
El PP acentúa la recentralización
Al mismo tiempo, y por si fuera poco, ninguna viabilidad por la
oposición del PP. Bien al contrario, agudiza el acoso a la lengua catalana (en
Aragón, Valencia y Baleares), a las competencias educativas (LOMCE) y
económicas (ley de unidad del mercado), etc. Como se ha dicho, el PP fabrica
independentistas cada día, y especialmente los viernes.
No está claro si aún se está a tiempo de ese pacto de estado que reclaman
las oligarquías. Me temo que, como la vía federal, tuvo su oportunidad con el
pacto fiscal, pero probablemente a estas alturas ya no contente a los
soberanistas. Tampoco está claro que fuera aceptable por las demás autonomías,
por UPyD, etc. Pero en cualquier caso no hay el menor síntoma de que el PP esté
por la labor.
(2) La crisis global
del sistema
Una segunda novedad es que se ha desatado y/o agudizado la crisis global
del sistema, con perspectivas (económicas, judiciales,…) de ir a peor.
Múltiples crisis paralelas
En estos meses, las crisis se han multiplicado y recrudecido, afectando a
la mayoría de instituciones fundamentales del sistema: la monarquía, el sistema
bancario, los grandes partidos políticos y un largo etcétera que no hace falta
detallar. Si en el artículo anterior se culpaba de la situación a la cerrazón
del PP y a la tibieza del PSOE, en estos momentos la credibilidad de ambos
partidos está en caída libre. Pérdida de credibilidad que afecta también
a instituciones como las citadas y muchas otras (Banco de España, Agencia
Tributaria, …).
La ciudadanía ve culpabilidad e incapacidad en múltiples piezas básicas del
sistema. Las crisis son tan generalizadas que han dado pie a plantear procesos
reconstituyentes o deconstituyentes. En estos momentos el problema no es sólo
el encaje de Catalunya, sino la supervivencia del modelo nacido en la
Transición.
El declive de un proyecto secular
Pero quizá debamos tomar mayor distancia. Las diversas crisis paralelas, y
en particular la independencia de Catalunya, no sólo cuestiona una transición
franquista cerrada en falso, sino quizá también el proyecto absolutista
uniformizador implantado en 1714. Se ha dicho que aquel conflicto, más que una
guerra de sucesión, fue en realidad el choque entre dos concepciones
antagónicas del estado, hasta ser considerado la auténtica primera guerra
mundial (o a escala global europea).
La oligarquía española ha mantenido ese modelo de explotación al margen de
la revolución industrial, la ilustración, la revolución francesa, etc. Su
hegemonía se basaba en tres principios de hondas y antiguas raíces: la
monarquía absolutista, el clericalismo fundamentalista y el nacionalismo
expansionista. A lo largo de los siglos ha habido vaivenes y concesiones en lo
social, en lo político o en lo religioso, pero pocos en lo territorial: "antes
roja que rota".
Probablemente esa dimensión territorial era la más irrenunciable en un
proyecto basado más en una economía extractiva sobre los dominios que en
la productividad propia, más en el reparto interno de funciones que en el
equilibrio territorial. Quizá por eso no extraña que sobrellevara los múltiples
conflictos militares, económicos, sociales y políticos de los XIX y XX, pero
quedara gravemente herido por la pérdida de las colonias, hasta la gran crisis
de identidad de1898. La independencia de Catalunya puede significar la gota que
colme el vaso de su declive.
El fracaso económico de la oligarquía
La oligarquía ha sabido preservar su dominio, pero ha fracasado en la
gestión del estado, especialmente en lo económico. Siglos de imperio ultramarino
han dejado una bien magra herencia, repitiéndose los errores o rapiñas hasta
épocas recientes (desindustrialización, fondos europeos, burbuja inmobiliaria,
crack bancario,…). Males como el latifundismo improductivo o el desprecio por
la ciencia, llegan hasta las modernas culturas del pelotazo, el turismo de sol
y playa o la competencia basada sólo en el precio. Ineficiencia, burocracia,
corrupción, etc. han asolado nuestra economía.
Buena parte de esos errores reiterados los encontramos en la organización
territorial y en las vías de comunicación. Así, puede ser discutible asignar la
capitalidad político-administrativa a una pequeña villa, pero es un error
monumental pretender convertirla artificialmente en la capital económica y
cultural del país (cosa que nunca se ha pretendido hacer con Washington, por
ejemplo). Hasta el esperpento de la única Escuela de Ingeniería Naval en todo
el mundo que no tiene nada navegable en 500 km a la redonda.
En particular, por ejemplo, ello obliga a una estructura radial de las vías
de comunicación que resulta cara e improductiva. Para colmo, se optó por un
ancho de vía distinto del europeo. Una anécdota resulta bien significativa: el
primer ferrocarril se construyó para el intercambio de mercancías entre los
puertos de Barcelona y Mataró; el segundo, para unir las residencias reales de
Madrid y Aranjuez.
También en esta herida hurga el proceso secesionista catalán: reparto,
costes, viabilidad, endeudamiento, competencia, monopolios,…. No es de extrañar
que la oligarquía de ambos lados se agrupe contra el mismo: demasiados errores
y apaños que esconder.
(3) La estrategia de la
izquierda
A la vista de todo lo anterior, se trataría de actualizar las propuestas
sobre la acción estratégica por parte de lo que podríamos denominar
genéricamente la izquierda.
Desigual oposición a los tres principios.
Hasta ahora la izquierda ha combatido de forma desigual los tres referidos
principios oligárquicos. Hay que señalar de entrada que la mayor parte de sus
esfuerzos ha debido dedicarlos a combatir las formas de explotación directa
derivados de ellos: desde la alfabetización o las condiciones de trabajo, hasta
las dictaduras.
Pero estas luchas sociales o políticas han ido acompañadas de un discurso
(no tanto los hechos) contra el absolutismo y a favor del liberalismo e incluso
del republicanismo. La evolución desde aquel "al rey, la hacienda y
la vida se ha de dar" es claramente positiva. También el discurso (tampoco
tanto los hechos) laicista ha sido una constante de la izquierda.
En cambio, mucho menos contundente ha sido la denuncia del uniformismo
peninsular. Como mucho un federalismo tibio e inconcreto, por debajo incluso
del de los Reyes Católicos. No se trata aquí de analizar las causas, sino
de constatar el hecho de que las ansias dominadoras del nacionalismo castellano
ha sido menos contestadas desde la izquierda que el absolutismo y el
clericalismo.
Nacionalismo unionista y explotación territorial
De hecho buena parte de la izquierda niega (o ignora) la existencia de un
nacionalismo unionista de matriz castellana, reservando despectivamente tal
denominación para los periféricos. Sin embargo, su presencia parece evidente
desde la Reconquista hasta nuestros días, así como su carácter expansivo y
agresivo hacia los colindantes, los cuales son vilipendiados simplemente por
pretender sobrevivir.
Probablemente por este "negar la mayor", no ha habido una
sensibilidad suficiente ante la opresión de los derechos lingüísticos,
culturales o jurídicos de las demás naciones y pueblos peninsulares. Ni contra
la usurpación de sus recursos y productos, que ha llegado hasta el extremo de
invertir la ordinalidad de renta disponible. Mientras estas formas de
explotación son denunciadas y combatidas por la izquierda en las situaciones de
dominio colonial, parecen ser ignoradas cuando se trata de territorios
colindantes o periféricos. Más aún, como decíamos, las formas de resistencia
son tildadas de nacionalismos trasnochados, provincianos, identitarios o
insolidarios, al mismo tiempo que se exculpa al auténtico nacionalismo agresor.
La oligarquía se encarga de propiciar esta insensibilidad con proclamas a
la universalidad, la cooperación y la solidaridad. Crea animadversiones entre
regiones, cuando es evidente que los habitantes de las zonas prósperas no son
en absoluto responsables de la pobreza de otras. La responsabilidad plena recae
sobre las clases dirigentes que no han conseguido (o no lo han querido) un
desarrollo homogéneo.
Más aún, su estrategia incluye hacer (mínimamente) partícipes de tales
ganancias a las clases populares de la nación dominadora, mientras ambas
oligarquías se lucran con el grueso de los rendimientos de la explotación.
Ganancias populares que no compensan ni con mucho, los perjuicios derivados del
reparto desigual de las funciones productivas, que condenan a la pobreza a
amplias zonas del país. En particular, generando continuados flujos
migratorios, que aseguran ejércitos de mano de obra barata en las zonas
receptoras y regímenes caciquiles en las emisoras.
Resituar la españolidad
No se trata de basar la acción de la izquierda en nostalgias identitarias
de épocas pasadas. Pero tampoco en sentimientos españolistas
semi-subconscientes, imbuidos durante siglos para ocultar las formas de
explotación interterritorial que tanto benefician a las oligarquías de ambos
lados, en detrimento de la mayoría de las clases populares también de ambos
lados.
De la misma manera que la izquierda ha desenmascarado la religión y la
monarquía como formas de dominación ideológica, debe hacerlo también con la
indivisibilidad y la unidad nacionales proclamadas por la actual
constitución. El secesionismo catalán ha puesto por fin sobre el tapete esta
necesidad.
Una alternativa radical
Se decía en el anterior artículo que la separación abriría posibilidades de
hegemonía de la izquierda en ambos lados, ya que la derecha perdería algunos de
sus recursos o artimañas (anticatalanismo, victimismo,…) habituales. Más aún si
la izquierda se erigía en protagonista de la separación amistosa.
Se añade ahora que la crisis sistémica actual abre la puerta a una
alternativa radical al modelo estatal de las últimas décadas, y en el fondo
también de los últimos siglos. Una alternativa contra el neoliberalismo,
recuperando el estado social tan penosamente conquistado tras la segunda guerra
mundial. Una alternativa auténticamente democrática, frente a la partitocracia,
los mercados, el espionaje informático o las troikas. Una alternativa que
reniegue de la monarquía, del clericalismo y del españolismo como instrumentos
seculares de dominación.
Una alternativa que margine a las clases dirigentes que han fracasado en el
gobierno del país, en su desarrollo económico y en particular en su equilibrio
territorial. La independencia de Catalunya es un exponente indisimulable de ese
fracaso, como las de Cuba y Filipinas lo fueron en 1898. En la gestación de
esta alternativa, por tanto, los secesionistas catalanes no son parte del
problema, sino parte de la solución.
Josep Ferrer Llop, ingeniero
industrial, es catedrático de matemática aplicada y ha sido rector de la
Universitat Politècnica de Catalunya (UPC)
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